Aun en pie a pesar del paso del tiempo, las antiguas escuelas de Navia se erigen como testigos silenciosos de un pasado que se desvanece lentamente.
La fotografía actual captura la esencia melancólica de estos edificios, donde generaciones de niños aprendieron y crecieron. Para los residentes que ya han superado los 50 años, estas escuelas representan mucho más que simples estructuras de piedra; son portales hacia un tiempo lleno de recuerdos y aprendizaje.
El nombre de algunas maestras, como Doña Isidora, quien enseñaba a los más pequeños, permanece en la memoria gracias a que un parque cercano a la estación del tren lleva su nombre. Otros maestros quedan olvidados salvo por aquellos que fueron sus alumnos.
Para quienes vivieron su infancia entre las paredes de estas escuelas, las memorias son como páginas amarillentas de un libro familiar. Recuerdan los patios donde jugaban, las aulas donde aprendían números y letras, y los momentos compartidos con amigos que ahora apenas ven. Los recreos, los juegos de pelota, las chapas, el escondite; cada rincón evoca un suspiro cargado de nostalgia, recordando a los maestros que dejaron huella en sus vidas y las travesuras que solo los niños pueden concebir.
Estas escuelas abandonadas son ahora un eco del pasado, pero siguen siendo un ancla emocional para muchos. Aunque el tiempo haya borrado las risas y las voces de antaño, el espíritu de aquellos días vive en el corazón de quienes una vez fueron alumnos. Es un pasado que se niega a desaparecer por completo, arraigado en las conversaciones de los mayores de Navia y transmitido con cariño a las generaciones venideras.
Es así como una simple fotografía puede abrir un portal hacia un mundo olvidado pero no perdido. Las antiguas escuelas de Navia son más que edificios desgastados por el tiempo; son monumentos a la importancia perdurable de la educación y a las historias vivas de una comunidad. En sus paredes desgastadas y ventanas vacías, se refleja el vínculo eterno entre el pasado y el presente, entre la niñez y la edad adulta. Es lamentable que su destino sea la ruina y el olvido del tiempo.
Al transitar junto a las ruinas de las viejas escuelas, las personas se ven envueltas en un torbellino de recuerdos de su infancia. Es inevitable que sus mentes vuelvan a aquellos días de juegos y aprendizaje entre esas paredes ahora desgastadas. Al mismo tiempo, se dan cuenta de lo rápido que ha pasado el tiempo. Aunque parezca que fue ayer cuando eran niños correteando por los patios, han pasado casi 50 años. Esta revelación es una lección sobre la fugacidad del tiempo, un recordatorio poderoso de la importancia de aprovechar cada día al máximo. Nos enseña que debemos vivir plenamente en el presente, haciendo uso de nuestro tiempo de manera significativa, para no lamentarnos en el futuro por las oportunidades perdidas en trivialidades. Así, al observar las ruinas de estas escuelas, se nos recuerda la importancia de valorar y aprovechar cada momento que tenemos.