Misterio y nostalgia. Nos adentramos en los vestigios del pasado en un lugar suspendido entre la memoria y el abandono.
En la tranquila localidad de Navia, entre callejones adoquinados y casas encaladas por el salitre del mar, yace una vieja morada olvidada por el tiempo. Es una escena que despierta la curiosidad de quienes pasan por su lado: una casa en ruinas, ahora conquistada por las hiedras y la maleza que trepan por las paredes agrietadas y se enredan en las vigas del tejado derruido.
El paso inexorable del tiempo se revela en cada detalle desgastado de este lugar. El tejado, que en su día protegió a generaciones de la lluvia asturiana, ahora yace en pedazos sobre el suelo, dejando al descubierto una habitación en penumbra. Entre las sombras danzantes, una cama de hierro forjado, antigua y robusta, sostiene aún su colchón, testigo silente de años de historias que se desvanecen como sus propios muelles.
La luz se filtra tímidamente a través de las grietas en las paredes, iluminando débilmente los rincones oscuros donde la naturaleza reclama su espacio. La atmósfera está impregnada de un silencio profundo, solo roto por el murmullo del viento entre las ramas y el susurro de las hojas secas.
Los recuerdos que habitan aquí son difusos, fragmentos de una vida pasada ahora desvanecida. La imaginación se despierta al contemplar esta escena, preguntándose quiénes pudieron haber caminado por estas estancias, qué historias se tejieron entre estas paredes que ahora se desmoronan lentamente.
Esta casa en ruinas, con su belleza decadente, invita a reflexionar sobre la fugacidad de todas las cosas, sobre cómo el tiempo borra los rastros del pasado, dejando solo vestigios para los curiosos ojos del presente. En Navia, donde la brisa marina acaricia los rostros y las historias flotan en el aire salado, esta casa abandonada es un recordatorio de que nada perdura para siempre, excepto, quizás, la esencia misma de lo que una vez fue.